Asómate por detrás de nuestros pasos;
veremos juntos el umbral del arcoíris
en que flotaban las lumbreras de tu tiempo;
savia multiforme,
riscos circundando cielos,
rostros sosegados,
rumbas fúnebres,
mapas de mares sin cosas,
nombres silentes,
montes nupciales...
Dime si ves lo que veo,
qué escuchas,
qué cuentos adivina el silencio,
qué lápidas clausura el tiempo.
Dime si sientes todavía el cuerpo
que borra dunas donde sangra el viento.
Dime si ves lo que escucho
detrás de nuestras voces,
toca las palmas de tus manos con un beso
y muéstrame el alba en tu regazo,
la alborada triste en que nació este sueño.
II
Rompes el silencio de mis maremotos
en un montón de susurros.
A manera de trazo indeleble
tu imagen.
A manera de paño
un jabón.
¿Por qué no me despiertas, de tarde,
para navegar tus alboradas
en un bote sin peces?
En el lago, arándano y cenizas,
velas de altamar que nos devoran
acurrucados bajo cadenas:
rígidas constantes sobre la memoria.
Con los ojos encallados,
palmas arriba cae la derrota.
III
Salto de un abismo a otro
sin pisar la tierra que perfuma los pies.
Refugiadas en la soledad
encuentro lumbreras
provenientes del bullicio,
de los labios de loto, tu esbelta mirada.
Decido colocar en tus oídos
los aguijones de mi voz.
Y no es tu reflejo
sino mi lengua, quien se ve herida
por la defectuosa corteza de mis intenciones.
Habría que desollarlas y cubrirlas con el néctar
que emerge de la ciencia con que me iluminas,
pálida serpiente de muslos dislocados.
El escabroso porvenir de tus juegos
desemboca en el silicio con que alumbro
los espejismos que manan de tu oleaje.
Los pinto con tinta informe, sospechosa.
Me encorvo más de la cuenta
detrás de los anteojos,
impávidos al ver lo que no creen;
lastimados los oídos por la melodía de tu boca
húmeda, depositada en mi derrota
para prolongar la nebulosa en que deambulo errante,
la escarcela en la espalda,
hacia la cumbre que busco pendiente abajo.
Tan sólo puedo mirar la ventana
sin que los párpados obstruyan un microsegundo de luz,
verla entreabrirse despacio
dando paso a la caperuza negra, silente;
o levantarme del diván olvidando las pantuflas,
elevar las manos a la altura conveniente
y cerrar la hendidura por donde penetra tu soplo,
helado, turbio,
esta madrugada.
IV
Qué nostalgia ésta
qué lágrimas descalzan la sonrisa
cuando momentos hubo esplendorosos
y el tiempo no pudo esperar más
para convertirlos en escombros
porque la memoria tiene abismos esféricos
en el umbral de la conciencia
allí donde se fundamentan
el gozo y la fuga de tiempo
enclaustrados en la materia del pensamiento
V (Desvarío)
Conozco las voces de las sirenas,
los peces que nos asfixian
dentro del escondite vago de auténticas mentiras
en el cual mi sombra se paranoia
y me pide, aterrada,
¡que me vaya!